La ultima version de la realidad


La última versión de la realidad

(titulada así no en previsión de las que vendrán o dejaran de hacerlo, sino porque a quien sucede a la penúltima no queda otra opción)

 

En La Penúltima Versión de la Realidad (Obras Completas, Vol. I, pp. 198-201), Jorge Luis Borges postula que una humanidad hipotética, carente de los sentidos de la vista, el tacto y el gusto, estaría fuera y ausente de todo espacio.

 

Cita Borges a Spencer (Principios de psicología, parte séptima, capitulo cuarto): “Quien pensare que el olor y el sonido tienen por forma de intuición el espacio, fácilmente se convencera’ de su error con solo buscar el costado izquierdo o derecho de un sonido o con tratar de imaginarse un olor al revés”.

 

Como estudiante del olfato en particular, y tangencialmente de la audición, me permito diferir. Esa capacidad para percibir un olor al revés –inimaginable para Spencer y Borges, acaso por la escasa importancia que reviste el olfato para nuestra especie-- es precisamente –creo yo-- la que permite a un perro rastrear a un conejo, y no seguir sus huellas en forma inversa: el punto de partida del conejo rara vez sabe tan rico como el conejo.

 

Afirmar que una persona carente de facultades oculares, gustativas y táctiles se olvidaría de que hubo espacio es afín a afirmar que lo que nuestras manos no llegan a tocar, nuestras papilas a degustar, ni nuestros ojos a ver, no tiene naturaleza espacial para nosotros. Y sin embargo, hace tiempo que los radiotelescopios nos llevan en un viaje que se extiende mucho más allá de los límites del universo visible –ni hablar del palpable o degustable, que nuestros antepasados dejaron atrás desde tiempos inmemoriales (para comprobar la antigüedad de la observación del espacio, basta notar que la palabra para noche, o estrellas, proviene de la misma raíz antigua en lenguas tan distantes como el tamil, hablado principalmente en la India y Sri Lanka, y el castellano). No dejamos de comprender la extensión espacial del universo cuando esta se prolonga más allá de lo que podemos ver.

 

Podría arguirse que este viaje no sería posible de no ser por aquellos hombres y mujeres, no carentes de dichos tres sentidos, que lo iniciaron una vez que ya sabían del espacio gracias a sus sentidos. Pero suponer que una humanidad de ciegos obligados a portar trajes cuales extensiones de aquellos vestidos de las damas de antaño, que impiden tacto alguno de la realidad, y –para seguir el argumento de Borges, aunque poco de espacial tiene el gusto—obligados a comer solo pastillas sin gusto alguno, no aventurarían a suponer la existencia de algo afín al espacio luego de repetidamente oir sonidos que cambian en intensidad y direccionalidad –una facultad de percepción que debemos a la gracia de tener dos orejas—en forma metódica, o de percibir olores que hacen lo mismo, es tomar al hombre por más ingenuo de lo que es. Ni hablar de combinaciones de sentidos, como la huella de ruidos y olores generados por un perro merodeando curioso de nuestro hipotético aventurero del espacio imaginado. Después de todo, nadie ha visto, sin la ayuda de instrumentos construidos, a una célula, ni ha visto con o sin instrumentos la famosa doble hélice de Watson y Crick, y eso no le quita a la humanidad la biología ni la genética. Los dioses no nos proveyeron con contadores Geiger en la piel –concienzudos, sin duda, de que el masoquista no detiene sus azotes por mucho que mida el dolor--, y no por eso ha dejado la humanidad de tener conciencia de la temible radioactividad.

 

Más generalmente, Borges parece olvidar que toda nuestra percepción, incluida la del tiempo y el espacio, es, no algo que se desprende directamente de nuestros sentidos, sino una construcción de la mente en su afán de explicar en la forma más sencilla posible la infinidad de sensaciones que ésta sufre, en su afán de predecir lo mejor posible futuras sensaciones. Eso es exactamente lo que son nuestros modelos de la realidad, tiempo y espacio incluidos. De este modo, cambiar nuestros sentidos no afecta nuestros modelos de la realidad, con tal de que nuestros sentidos restantes tengan la riqueza suficiente como para manifestar los mismos aspectos de la realidad (en diferentes formas, si, pues estas dependen de la modalidad sensorial, pero la existencia del espacio tiene consecuencias que afectan, al fin y al cabo, todos los sentidos).

Pero el ensayo de Borges trata una cuestión mas general: la de determinar cual, espacio o tiempo, es cualidad más primitiva que el otro. En sus palabras, el tiempo es realidad más invulnerable y fina que la del espacio (Op. Cit., p. 248, La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga). Con su razonamiento falaz, Borges intentaba convencernos de que el tiempo es más primitivo, más general, más esencial, que el espacio. Y en esto no puedo sino concordar con el gran poeta argentino. Si bien el espacio requiere de nuestros sentidos, pues sin contacto con el mundo exterior, ningún sentido --notese la polisemia del termino, común con las lenguas germánicas, reveladora de la importancia que asignamos a los primeros para dar significado a nuestra experiencia-- puede tener la noción de extensión espacial, el tiempo, en cambio, prescinde de aquellos, y por consiguiente de la realidad exterior: un cerebro en una caja, desconectado del mundo, sería consciente de que algunos pensamientos preceden a otros, y de que las memorias de aquellos resultan más remotas que las de estos, dando así origen indudable a un tiempo aún en la ausencia de toda otra realidad. En última instancia –y dado que el fin justifica los medios--, Borges tenía razón: el espacio es perdible, el tiempo, eterno.

 

Alex Bäcker

Parque Nacional Sequoia, California, 5 de septiembre de 2004